Gustavo Rodriguez, El chuyachaqui en la otra selva

Cuando vi esta iniciativa para sacar relatos de terror escritos por autores peruanos vigentes actualizando mitos y leyendas oscuras peruanas a la realidad actual lo celebré un montón.  Me pareció una excelente idea y esperé a que salieran.  Recién los pude comprar en la siguiente feria del libro (hace casi un año).  Y recién los he podido leer este mes.  Pensé en comentarlos uno por uno, dado que son autores que aún están publicando cosas por su cuenta.

Cada número de esta serie está escrito por alguien distinto.  Por ejemplo, Gustavo Rodriguez, quien fue el encargado de escribir el primer número de esta serie y que tiene una trayectoria establecida.  El pata ha publicado novelas y cuentos y hace poco protagonizó un escandalito mediático cuando no sé quién dijo qué sobre qué asunto, pero involucraba a Gastón Acurio, así que debe de haber sido importante.  Además es columnista en El Comercio y publica con regularidad material en Etiqueta Negra.  Y dicho sea de paso, es cofundador de ReCreo, la organización detrás de la serie de cuentos en cuestión. #digonomas

En todo caso, El chuyachaqui parte de una premisa que en realidad es bastante buena y original, creo.  Se trata del siguiente cuestionamiento: Si la selva realmente tiene sus demonios y sus espíritus, y la ciudad es supuestamente una selva de concreto, ¿tendría sentido pensar que algunos de esos espíritus y demonios se hayan trasladado a la ciudad y ahí hagan lo mismo que hacían en la selva? Me parece un punto de partida excelente, porque acerca de golpe todos esos mitos y leyendas que uno desde la ciudad post moderna podría pensar que son tontos o propios de un ignorante, pero cuando se plantean en la puerta de su casa el asunto cambia.  De hecho, El chuyachaqui es bastante efectivo en precisamente eso: Trasladar una superstición de la selva al mercado de tu barrio.

No obstante, este relato tiene dos claras partes.  Una es la de la historia de terror, la cual está bastante bien ejecutada,  básicamente porque se maneja bien lo que comento en el párrafo anterior.  Pero la otra no está tan bien insertada.  Se trata de este rollo costumbrista que mete Rodriguez y que no aporta mucho a la historia central.  Desde todo el procedimiento de doña Zoila para hacer el perfecto tacacho en un puesto del mercado hasta pequeñas anécdotas añadidas, como el detalle de los mototaxis.  Una cosa es meter algo al propósito para estirar el suspenso y otra es una obsesión con contarnos todo lo que se pueda de las costumbres habituales de cierto sector de la población.

Pero en fin, aún así funciona y creo que está bien ejecutado.  Y la idea principal, como decía, es bastante efectiva.