Mildemonios

Debate sobre fomento de la industria del cine: Diferencia entre buena película y buena película

In .Inicio, Crónica on 4 junio, 2013 at 9:37 PM

DRAGON 2

La semana pasada Alfredo Ferrero en su columna de Perú 21 (que es telegráficamente pequeña) sacó un breve comentario sobre el éxito comercial de Asu Mare y de cómo esto debería ser visto como una lección para los que dicen que no-es-po-si-ble que una película peruana sea difundida y exhibida en las salas de cine peruanas.  Añade, al igual que otros muchos, que es evidencia en contra de los que dicen que hay que obligar a la salas a exhibir material peruano a través de cuotas de pantalla.  Y claro, como se mete con las cuotas de pantalla, hay que tergiversarlo de inmediato.

Ferrero dice: «Cuando el producto tiene capacidad de convocatoria, se vende y la publicidad se acerca».

En ningún momento está diciendo que necesariamente solo las buenas películas se difundirán.  En ningún momento está diciendo que si es una mala películas no se difundirá.  En ningún momento está diciendo que tiene que ser buen película, se está refiriendo a un buen producto (que implica planeamiento previo, estudio de marketing, etc).  En ningún momento está diciendo muchas de las cosas que le han colocado como corolario imaginario, para luego pasar a criticarlo por haber dicho ese corolario que nunca dijo.

Oh y les tengo noticias.  Toda película es un producto.  Quieras o no.  Lo vayas a comercializar o no.  Lo hayas hecho con tu webcam y dure dos minutos y nunca se lo mostrarás a nadie.  Igual es un producto.  Por definición.

Aquí hay un detalle que me parece bastante ameno.  Yo alguna vez me interesé por la disciplina de la crítica profesional.  Y para eso me metí a leer al respecto y sobre lo que opinan críticos renombrados acerca de su ocupación.  Hay un detalle que te dicen todos casi desde el comienzo: Una cosa es que el producto te guste.  Otra es que sea bueno.  Son dos universos distintos que si no los sabes reconocer, jamás serás un buen crítico.

Por ejemplo, Blade Runner.  Reconozco que es una excelente película.  Pero no me gusta.  Los temas que toca me afectan de una manera que me hacen imposible apreciarla a nivel personal.  Pero aún así reconozco que es buena.  Lo contrario pasa con Step Up 3.  Reconozco que es mala, porque la trama es predecible y los personajes son cliché y todo lo que quieran.  Pero disfruto con las coreografías y con los aspectos visuales del film.  Qué puedo decir.  Pero jamás me atrevería a defenderla si un conocedor la empieza a hacer puré.

Esta diferencia entre una película buena y una que te gusta es básica para un crítico.  Y en el caso de Asu Mare se puede usar para identificar quién está hablando como crítico de cine y quién está hablando como activista cultural (a pesar de que firma como crítico de cine).  Mantener una discusión objetiva con respecto a este tema lo requiere.

(Dibujito de arriba: http://desoluz.blogspot.com/)

  1. Defiendes el articulo y solo señalas su encabezado. En la segunda o tercera linea dice «Esta película ha roto el mito de que hay un complot contra los productos nacionales. Estos se difunden cuando son buenos…»

    Servido.

    • Elmer: Qué tal. Gracias por hacerme esa acotación. Más bien, en la frase que citas, el «estos» de la segunda oración hace referencia a «los productos nacionales». Y todo el rollo que me mando en el post se aplica ahí también. No lo mencioné desde el comienzo porque pensé que ya era demasiado.

  2. Pero, ¿no sería terrible identificar el valor comercial de una obra con su valor artístico? ¿O determinar la mayor difusión de una obra según una curva de distribución en donde se decida por aquellas que poseen una combinación de calidad y precio accesibles? ¿Por qué una debe depender de la otra, o una estar condicionada por la otra? Si no se está dispuesto a aceptar lo que la élite intelectual considera como calidad, ¿por qué se dispone a aceptar naturalmente lo que la sociedad de masas sí lo considera?

    Recuerdo a Borges en una entrevista:

    «Antes de la publicación eran justamente dos libros distintos [Historia Universal de la Infamia, Historia de la Eternidad]. El primero, Historia universal de la infamia, se vendió. Primero un ejemplar, depués dos, después tres. En un año se habían vendido exactamente 37 ejemplares. Cuando me lo dijeron tuve una impresión de multitud: si se vende un libro de 10 000 ejemplares, es la abstracción -volvamos siempre a las circunstancias-, es como si no se hubiera vendido ningún ejemplar. Mientras que 37 personas podemos imaginárnoslas; 37 compradores son hombres o mujeres que viven en calles distintas, que tienen distinta cabeza, distinto pasado… ¡quería conocerlos, agradecerles personalmente! Vender 5000 ejemplares es tan enorme que casi es la nada.

    Así, pues, en un año se vendieron 37 ejemplares. Yo me sentía muy contento. En ese tiempo un escritor no soñaba con vender sus libros. Todo libro era un poco secreto. Quizá esto fuera bueno para la literatura. Todo lo que iba a prostituirla al público, los best-sellers, todo eso vino después. En mi época no podíamos prostituirnos: no había quien comprara nuestra prostitución ¡Y era mejor! Se escribía para un pequeño cenáculo, para algunos amigos y para uno mismo. Quizá fuera mejor para la literatura.»

    El escritor y su obra:
    entrevistas de Georges Charbonier con Jorge Luis Borges.

    • Amado: Entiendo tu punto. Someterte a la «tiranía de la mayoría» puede sonar injusto y es un sistema imperfecto, pero lo prefiero mil veces a someterme a la tiranía de un consejo de sabios que promueve lo que ellos creen que es alta cultura. Además de que en el pasado ya lo intentamos y no nos llevó a nada. Ahora, aquí el punto es que si quieres que tu experiencia sacando un libro sea ésa que menciona Borges, pues, con mucho gusto. Procede. Nadie te lo impide. Y si quieres invertir en marketing y toda la vaina para intentar ser un éxito comercial, pues a ver si te liga. Lo que sí está mal (y pésimo, es mas) es que te obliguen a una de las experiencias, cuando eso no es lo que quieres.

      • Pero politizas innecesariamente el asunto (más bien si su origen se funda en el antiestatismo, aquí estamos en un ámbito absolutamente distinto: la apreciación de una obra de arte). Que tu juicio pretenda equipararse con el de las masas es perfectamente válido, al fin y al cabo, cada uno es dueño de su tracto digestivo, y lo que uno se meta al cuerpo (sea educación, sea alimentos, sea arte, sea lo que fuere) tarde o temprano vendrá a pasarte factura. Yo prefiero, como ves, orientarlo todo a una metáfora médica y omitir, en el origen, la obcecación inconducente de una política.

        En tu respuesta parece vibrar el idéntico mensaje que la wikipedia le dio a Philip Roth, cuando él trató infructuosamente de corregir un artículo en donde se consignaba un error flagrante. Un error, digamos, una lesión. Entonces, la «multitudinaria enciclopedia de las masas» le reconocía autoridad, pero exigía al «sabio» otras «fuentes secundarias.» El artículo es de Vargas Llosa que probablemente ya hayas leído; lo agrego aquí por si acaso:

        http://elpais.com/elpais/2012/10/18/opinion/1350574835_041118.html

        En función de ese absurdo, la autoridad del autor (del «sabio») es la autoridad de casi nadie.

        Resulta inadmisible, además, defender entre ironías un esperpento, que no por liberal, al final es una versión obstinadamente burda de sí mismo: No he pretendido que se ejerza una tiranía de las masas, ni tampoco de una sabiduría ineluctable de cierta camarilla. Lo que digo es más bien elemental, si se va a desdeñar lo que creadores, pensadores e intelectuales discuten con toda la libertad del espíritu crítico para reemplazar ese juicio por el del mercado de masas, yo creo que estamos veladamente jodidos. Semejante a lo que llamas «The Borges Experience», Borges no era ningún compadrito que quería experimentar con la publicación de algún librito suyo para que sea leído por sus familiares y amigos. No era cualquiera, pues, lo siento mucho; su voz no equivalía a la de cualquiera. Borges, en esa declaración, rememora una realidad previa a la de la gigantesca industria editorial, no ataca en lo más mínimo a esa industria, sino se restringe a considerar que la existencia de los cenáculos de su recuerdo quizá fueran mejor para la literatura, antes de su prostitución. El habla, al final, de lo que le convenía al género. Y por extensión, bien al arte en general.

        ¿Cómo explicarlo más fácilmente? Haría uso de ciertas frases que figuran en lo que llamas «disclaimers». Recordaría lo inevitable que es responder a las necesidades de quienes ponen la plata, de cómo cualquier creación debe portarse mansita con ellos, y cómo debe someterse a los gustos generales de sus exigentes parroquianos. Por algo Borges habla de prostitución. (al final no está mal, pero tampoco por eso deja de ser)

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